-->

jueves, 11 de junio de 2015

El amor de mi vida

Esta entrada no va del Hobbit. Ni del Duendecillo, ni de ningún otro ser del bosque o humano. Va de mi perra.

Cuando digo que mi perra es lo mejor que me ha pasado en la vida, solo alguna gente que tiene perro (y no toda) me entiende.

Mi perra lleva conmigo prácticamente la mitad de mi vida, y toda la suya. Como ya os he dicho me voy acercando peligrosamente a los 30, estoy casi ahí, así que imaginad lo viejita que es mi pequeña-gran amiga.

De verdad pienso que los perros son lo mejor que nos ha pasado a los humanos y, en ocasiones, creo que es porque no conozco así de bien al resto de animales, pero estoy segura de que cada uno será maravilloso a su manera.

En noviembre mi perrita empezó a cojear y en enero, el día de su cumpleaños, que a la vez es el día de la muerte de B, se quedó paralítica. Como era muy viejita, casi nadie daba un duro por ella. Solo mi amigo M, que es veterinario, me dio alguna esperanza. Hubo una semana que pasó muchos dolores y el veterinario al que la llevo nos dijo que nos planteásemos eutanasiarla. Nos tomamos unos 5 días para pensarlo, y entonces ella empezó a mejorar.

Desde entonces, he dedicado gran parte de mi vida a ella. Le conseguí una silla de ruedas perruna, le compré una máquina de electroestimulación, estudié fisioterapia canina para hacérsela en casa puesto que vivimos en un sitio pequeño y el lugar más cercano al que llevarla estaba a casi dos horas. Pasamos noches sin dormir las dos, le hacía ejercicios en su colchoneta, en la bañera, le compré arneses especiales y cosas similares. Luego encontré una veterinaria que hacía acupuntura y yo no soy amiga de las terapias estas alternativas, pero tenía clientes perrunos que habían pasado de ser tetrapléjicos a caminar. Así que allá fuimos. He gastado todo mi dinero en esto, he tenido que pedir prestado dinero a mi hermano. Muchos pensarán que estoy loca, pero no podía ver sufrir a uno de los seres que más quiero en la vida, que es una parte de mí, y que me ha enseñado tanto, también con todo esto. Así que no me arrepiento.

Somos unas luchadoras, mi perrita y yo. En abril, con años equivalentes a unos 85-87 años de persona, volvió a caminar. Y ahora lo hace perfectamente. Verla andar otra vez fue de los momentos más felices de mi vida. Cuando me iba a la cama y la miraba (duerme en mi habitación, en su cama en el suelo), me sentí feliz y orgullosa de ella.

Pero la felicidad nos ha durado poco. Hace tres días vi que una mama se le empezaba a inflamar. Y al día siguiente tenía inflamadas tres. Y ya no estaba contenta y juguetona como un cachorro y no tenía hambre. Antes tenía un bulto, como una almendra, al que no dimos importancia, ya que llevaba ahí como un año sin cambiar, y la perra al ser tan mayor y no poder ni caminar... pensábamos que operarla sería hacerla sufrir. Quizás estábamos equivocados, porque es muy fuerte. O quizás yo fui demasiado optimista, o yo qué sé. Cuando volvió a caminar prácticamente me olvidé de él.

Ahora mi perra puede tener el peor tumor mamario de todos, uno inoperable, de una supervivencia de 25 días de media. O puede que tenga una mastitis y esto se le pase. El veterinario dice que probablemente no tenga que ver con el bulto aquel. Pero ya sabéis que en internet hay mucha información y eso es muy malo a veces. Le han puesto un tratamiento y sólo podemos esperar, aunque al parecer se resolverá rápido para bien o para mal. Yo ya estoy en lo peor y con un sentimiento de culpa grandísimo. Ella ha vomitado todo lo que ha comido desde hace dos días. Es muy fuerte, pero nadie puede vivir siempre, ni ellos ni nosotros. Sin embargo, no puedo parar de pensar que debería haberle dado más importancia a esa "almendrita" que tenía en la mama, que quizás se podría operar y ahora no tener este problema. La culpa no me deja dormir, no me deja comer. No me deja vivir.

Ayer me llegó el email de que me han seleccionado para el trabajo en Reino Unido. Y no sentí nada. Ahora solo siento tristeza y, mucha, mucha culpabilidad.

Necesitaba desahogarme.

viernes, 8 de mayo de 2015

Huir. Huir sin mirar atrás.

Candidato seleccionado. Eso soy. Para un trabajo en Inglaterra, del que no sé si he hablado. Once meses de contrato. Sueldo not bad. Es trabajo y es lejos. No es definitivo, tengo que esperar aún un mes para saberlo seguro, aún se pueden echar atrás, aunque todo parece indicar que no. Empezaría en Agosto o Septiembre. Cuando lo pienso, me parece incluso que queda demasiado tiempo. Aunque tengo trabajo hasta finales de Junio. Es un trabajo de mierda, sí, pero menos da una piedra.

En una entrada de esas que no he publicado cuento que quizás tendría posibilidades de encontrar trabajo en Madrid. La idea, a largo plazo, no me desagrada pero, a corto plazo, me horroriza. Pensé que quizás me ponía excusas a mí misma para no intentarlo cuando el motivo de no quererlo es el miedo a reestablecer contacto con el Hobbit.

Ahora ya no importa mucho lo que sea, porque si tengo este contrato, es casi un año de curro, hay que cogerlo, es una oportunidad. Lo mejor sería tenerlo ya definitivo, no tener que esperar otro mes, ya que tengo otros planes secundarios que debo aceptar o rechazar... Sin embargo, la posibilidad de esto hace que deseche lo demás casi inmediatamente.

No hay nada como huir. Hace muchos años, cuando manifesté esta idea, una persona me dijo que nuestros problemas suelen estar dentro de nosotros y nos los llevamos allá donde vamos. Sí, cierto. Pero como dice la canción de Frozen (XD), "es curioso como la distancia hace ver las cosas más pequeñas; los temores que una vez me acecharon ahora no me pueden alcanzar". Pues eso.

Voy a ver cómo van mis yogures de soja caseros. Sigo con la dieta, sí, a cabezona no me gana nadie. Otra cosa es que funcione, porque debo de tener las hormonas muy revueltas, me duele la pierna operada y no puedo hacer actividad física. Ya veremos. La paciencia es la madre de la ciencia, dicen.


martes, 5 de mayo de 2015

Diario de una gorda

Que sepáis que la entrada anterior fue la 500. Menuda locura.

También que esta semana he empezado 4 veces una entrada llamada "Desde mi parte (más) racional". Imaginad por qué no las acababa... ¬¬

Pues nada. Es tarde. Las 12 de la noche. Y yo trasteando por foros de gordos y de dietas. Patético.

Llevo una semana a dieta, aunque no me atrevía a pesarme. Hoy por fin me he pesado. En los últimos 2 años he engordado más de 20 kilos. Sí, es impresionante, lo sé. Si el Hobbit me viera saldría huyendo despavorido por miedo a que me lo comiera. Mirándolo por el lado bueno, mi sobrepeso es mi muro de contingencia. Es obvio que no voy a dejar que me vea así.

Pues eso, llevo una semana a dieta. Estar a dieta es un sacrificio que pocos conocen. Estarlo de verdad, me refiero. Paso totalmente de regímenes hipocalóricos que luego tienen efecto rebote (del de verdad, no del que me ha hecho engordar a mí, que consiste en comer como una bestia a las 3 de la mañana). Hago una dieta de estas en las que la clave está en combinar bien los alimentos según su índice glucémico.

Hice esta dieta hace años y adelgacé 14 kilos en 4 meses o así. Sin esfuerzo comiendo, la verdad, aunque sí hacía bastante ejercicio que, aunque no adelgaza, te acelera el metabolismo, hace que no te quedes fofa y todas esas mierdas. Lo cierto es que actualmente no puedo mantener ese ritmo, me siento incapaz. De verdad, estar a dieta requiere casi una dedicación completa. Pero no hay vuelta atrás. Y si se hace, hay que hacerlo bien. Son muchos kilos los que necesito perder. No pensaba hacer ejercicio, o no mucho, pero entonces he visualizado mi cuerpo con una piel como la de Esperanza Aguirre y... uufff. Mañana debería empezar por salir a caminar. Si empiezo con la bici no aguantaré ni 7 minutos. Quizás sea mejor hacerlo temprano, para no quitarme tiempo de otras cosas (ya que no voy nada sobrada). También me he abastecido de cremas reafirmantes y levadura de cerveza. Es lo que hice la otra vez. Pero madre mía, no sé si tengo voluntad para todo esto. Pensaba empezar por la dieta e ir añadiendo, pero la realidad es que es un todo.

Qué esfuerzo tan grande requiere esto por mi parte. Es enorme. Tengo que entregar un trabajo el 11 de junio y apenas he empezado. Sólo pienso en si la dieta me funcionará otra vez igual de bien. Es la única que me ha funcionado en mi vida.

Dieta. Trabajo. Dieta. Trabajo. Dieta. Trabajo. Estrías. Trabajo. Flacidez. Trabajo. Gordura. Trabajo.

Y así estoy. En este bucle absurdo de dependencia absoluta de la sociedad. Deseadme suerte.

domingo, 3 de mayo de 2015

Efímero

Y salía de la sede de Seur con un paquete de Amazon en la mano imaginando que, si me vieras, sonreirías pensando en que lo poco que he cambiado. Divagando sobre  si me vieras cruzando la calle sin preocuparme de si vienen coches, centrada en mi paquete de libros, en mis pantalones de rayas y mis botas de pinchos, con ese moño a medio hacer estilo "y demasiado que no he salido de casa tal y como me desperté". Entonces me di cuenta de que no. No sonreirías. No pensarías eso. Ha pasado mucho tiempo. Y, en realidad, esas cosas te gustaban "al principio". Su encanto se acabó, probablemente, enseguida. Porque todo cambió enseguida. Porque todo pasó muy deprisa. Y hace mucho tiempo, aunque a veces lo olvide.

Y me vi allí sentada, en mi coche aparcado en doble fila, un poco en shock, sin ser capaz de mirar con normalidad al mundo, sin ser capaz de evitar que los recuerdos me nublasen la vista casi de forma literal. Dejé el paquete sobre el asiento del acompañante y entonces lo vi: un anillo. Estaba tirado boca abajo entre el asiento y la palanca de cambios. Pensé que sería algún prototipo de esos con chapas de los chinos que hice alguna vez, hace mucho tiempo, y quedó por allí, en el limbo de mi auto.

Pero no. No era uno de esos anillos. Era otro. Otro anillo, que había olvidado siquiera que existía. Lo recogí, lo giré para mirarlo y entonces me paralicé.


Lo observé fijamente, sin pensar en nada más, no sé durante cuánto tiempo porque me abstraje totalmente (quizás fueron un par de minutos). Entonces uno de los coches a los que estaba bloqueando el paso, pitó. Sí, ocurrió como en los libros, como en una serie de televisión. Guardé el anillo en un bolsillo y arranqué precipitadamente, sin esperar a que las luces del panel se estabilizaran después de poner el contacto. Huí de allí rápidamente, sin mirar al otro conductor, sin mirar atrás, como si eso me fuera a permitir huir de mis pensamientos y de tus recuerdos. Huí respirando hondo, como si con cada exhalación intentara expulsarte de mí. Llegué al semáforo rojo, cerré los ojos y respiré aún con más fuerza, como si al abrirlos todo fuera a haber desaparecido. Como si pudiera matarte con solo pestañear. Pero no puedo.

Y ahora, mientras tomaba café (he vuelto a todos mis vicios; menos a ti, claro), se me veía a la mente ese disco de Alkaline Trio que me llevé a Irlanda la primera vez que fui y que no he vuelto a escuchar. Se me vino a la mente esa canción que escuchaba entonces, cuando te dejé aquí después de liarme con el Elfo solo porque era eso lo que se suponía que tenía que hacer para olvidarnos, para destruirnos de una vez por todas (y tuve éxito, aunque a veces siga lamentándome de mi victoria). Esa canción que me hacía sonreír amargamente con su verso "corazones rotos, huesos rotos" porque yo tenía un brazo roto. Resulta, mira por cuanto, que es el verso que sale en la previsualización.

Decía la leyenda que tú escuchabas "Let her go" de The Passenger aquellos días. Bueno, pues aquí tienes lo que escuchaba yo, aunque ya dé igual:


Y, por si quieres saber otro secreto, ni siquiera recuerdo el nombre verdadero del Elfo. Dudo entre dos, pero no estoy segura. Lo sé, es patético y en algún momento de toda esta linea temporal te gustaría haberlo sabido, regodearte en tu sentimiento de que él, en realidad, no me importaba nada. De que lo hice por joderte. Pues, bueno, como siempre, mal y tarde... Lo tienes aquí.

martes, 28 de abril de 2015

Carta patética de un viernes de abril a las 2:26 de la madrugada

Aunque he aprendido a vivir sin ti, o algo parecido, aún te recuerdo a veces. Le decía a Juno hace unas horas que cuando estaba contigo y te miraba, me sentía como si estuviera viendo a Dios. Y algo así debe de ser, porque en realidad, muchas veces, “una palabra tuya basta para sanarme”. O debería decir enfermarme, porque la euforia contenida en cualquier contacto nuestro pasa siempre después al masoquismo depresivo que me provoca la realidad. 

Sé que eres tan extraño y yo estoy tan desequilibrada que no es sostenible ningún tipo de relación entre ambos. No podemos vernos. Nada. Cero. Quizás me duele más saber que es por mí en mayor medida y que tú eres más normal. O bueno, simplemente que tú no sientes nada por mí ya, nada de nada. Tú no sientes esa cosa rara en el pecho cuando ves que pone Niebla en la ventana del teléfono. Tú podrías quedar a tomar café sin que eso afectase a tus esquemas. Lo sé, y aún duele, aunque no debiera.

Quiero seguir escondiéndome y seguir lejos. Para mí, este tiempo, ha sido como si hubieras muerto. Dejé todo atrás y perdí cualquier contacto. Al principio me costó, pero luego o lo entendiste o te dio igual; tal vez simplemente yo no te importaba y seguiste con tu vida. Fue irónico porque otras veces habías rogado por un mensaje y esta vez no insististe mucho. A lo mejor entendiste que debías dejarme vivir en paz, no sé. De todas formas, ¿sabes? Daba igual, porque cuando me rogabas, no me querías tampoco. Te importaba, sí, cosa que ya no, supongo. Porque tú no eres como yo, tú querrías verme si te importase. Así que no te importo ya. Y antes… antes teníamos una dependencia mutua, vale, pero por tu parte no era amor. O lo que fuera la locura esa que sentía yo. O la mierda esa que llamábamos conexión.

No, no he sentido la conexión esta noche, pero he estado cerca. Mucho más de lo que jamás hubiera imaginado que podría estar contigo a través de una ventana de chat. He sonreído, me he reído. Escribías muy deprisa. Y he temido en algún momento haber dicho algo inapropiado después de tanto tiempo sin hablarnos. Sin embargo, tú respuesta ha sido que deberíamos hablar más, . Era como si todo siguiese igual. Aunque no sea cierto. O sí, porque no había nada y no lo hay. 

Al despedirnos escribías y borrabas y yo pensaba: ¿me dirá algo de quedar? Pero no. Y pensé que quizás te has dado cuenta, que yo sigo igual, que una parte de mí no ha cambiado. Que no se puede, que se me iba a ir de las manos otra vez. Que nunca lo superaré, que estoy desequilibrada. Pero luego me has hablado otra vez como si nada. "Esto para que lo leas mañana", has puesto. No habías pensado nada de eso. Nunca, o casi nunca, le das tantas vueltas a las cosas. ¿Lo ves? No lo puedo manejar, se me escapa, no lo puedo evitar.

Por eso no quiero verte otra vez por este mundo en que vivimos. Pero si pudiera pedir un deseo, sería poder abrazarte ahora, en esta noche que me siento tan débil. Me vestiría y caminaría sola en la oscuridad y el frío hasta ese antro hostil solo por un abrazo tuyo. Un abrazo de aquellos que duraban minutos, de esos en los que la gente se nos quedaba mirando. De esos en los que yo pensaba que no podía haber ni mejor olor ni mejor lugar en todo el jodido mundo. Vale, estoy llorando, pero solo un poco, lo prometo, ha sido una lágrima. Es tarde, me pasé de cañas con M y luego de diálogo con Juno, que es peor que veinte copas. Pero es cierto que en este preciso momento, eso es lo que deseo, con toda el alma: darte un abrazo, acurrucarme en una de tus sudaderas con capucha y respirar tranquila. Respirar tranquila, ajena al mundo. Permanecer ahí unos minutos, con los ojos cerrados, sin pensar en nada que no sea lo bien que me siento. Pero que al día siguiente todo continuase como antes, que no recordases el abrazo, como si alguien te hubiese borrado la memoria. Que no me hubieses visto y ni siquiera hubiéramos hablado. En realidad, ojalá olvidases hasta que nos conocimos, que existo. Porque el recuerdo que guardas, estoy segura, es mínimo y sin significado. Pero el mío no. Yo no quiero olvidarlo. 

Ojalá no volver a verte. Nunca. Jamás. Lo deseo cada día con todas mis fuerzas. No quiero saber nada más de ti, no quiero tenerte cerca, pero, joder, maldita sea, mataría por ese abrazo que no quiero darte en realidad, que te daría sólo si no pudieras recordar. Quién sabe, quizás sueñe que lo hago, quizás sueñe con tu abrazo. Un sueño me valdría. No habría tanta diferencia ya con los que pasaron, que ya no parecen reales, que seguro ya no recuerdas, como si alguien te hubiese borrado la memoria.



Hold you in my arms...
I just wanted to hold you in my arms.
 


miércoles, 7 de enero de 2015

Reflexiones absurdas

He pensado escribirle a B. He pensado escribir en tercera persona la historia de nuestro reencuentro en Madrid. Pero al final, últimamente, cuando escribo, siempre acabo escribiéndote a ti. Supongo que también influye que ayer me mandases un mensaje, que lo hayas hecho antes, durante y el último día de Navidad, a pesar de que yo te haya ignorado el 75% de las veces.

Quería escribir cosas bonitas, o feas más bien. Ya sabes, cosas bien escritas. Bueno, no sabes, tú qué vas a saber. Ni te imaginas que existe este blog, pero si te lo encontraras, a las horas de hacerlo te dirías a ti mismo que no te extraña. Supongo.

El tiempo. He visto documentales sobre esto últimamente y la peli Superstellar (ahora que lo pienso, me gustaría comentarla contigo) y ayer o antes de ayer (la verdad es que he perdido bastante la noción de esta variable) vi Lucy.  Existimos por el tiempo, sí.

He pensado en que el tiempo, a ti a mí, no nos importa. El tiempo no importa nada. Hay cosas que siguen igual siempre y otras que cambian de repente y da igual cómo fueran el minuto antes, es como si hubiera pasado 1000 años. El tiempo entre tú y yo funciona diferente, como casi todo entre tú y yo lo hace. O no funciona. Quizás el tiempo tampoco funciona.

Sí, me gustaría escribir o escribirte algo sobre el tiempo, hoy que te he contestado a tu último mensaje, el que me mandaste ayer. Quizás escribirle a ese tú que no existe sobre esas cosas que nunca pasarán, sobre esas conversaciones que nunca tendremos.

El tiempo, qué incógnita. Me pregunto si para ti sí ha pasado.

Esta noche, o mañana, si cumplo con mis mil obligaciones que no me dejan tiempo ni para dormir, te escribiré el post que no te mereces.

-------------------------


A Irache, muchas gracias por seguirme leyendo después de tanto tiempo.
A Russian, espero de corazón que las cosas te vayan bien.
Me he sentido tan... aislada que ni he leído vuestros blogs, ni he actualizado el mío, ni nada. Pero sabéis que siempre vuelvo. Y os leeré, y espero que a vosotras os haya ido en vuestras cabezas algo mejor que a mí en la mía. Últimamente me siento tan culpable por todo que hasta tengo remordimientos por no haberos escrito y leído... Sobre sabiendo que podéis haber estado jodidas.

Y a esa persona que me escribió ayer en una de mis entradas más míticas y patéticas, con el mosquito de bichos yendo hacia la luz y la frase de Wilde de título, GRACIAS.

Un abrazo fuertísimo a mis chicas y Feliz Año.

----

Editado 3 minutos después. Leo los títulos y primeras frases de vuestras últimas entradas y me digo: "Niebla, no, no, no, para. Acaba los trabajos que tienes que entrega y luego lo lees todo". Una llamando a la realidad y la otra diciéndole al mundo -y a sí misma- que la tiene que aceptar como es... Por eso os quería -y os quiero-, maldita sea. Os debo leeros, pero ahora no sé si puedo permitirme ciertos grados de reflexión. Joder, Niebla, cállate, ya, YA.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Deja para mañana lo que no te conviene hacer hoy

Me he cruzado con un señor cincuentón cuando me dirigía con mi perra al bosque que tú siempre escribes con faltas de ortografía. Olía igual que tú. Igual. O al menos como tú solías oler. A lo mejor ya no hueles igual, a lo mejor ya no tienes esa colonia de pijo capitalista (gracieta "privada"). Seguramente tienes otra más cara. Seguro que hueles incluso mejor, si es que eso es jodidamente posible, cosa que dudo seriamente. Pero eso da igual.

Después de mi monólogo interior durante el paseo con tu frase estrella "yo sólo quiero que tú estés bien" como protagonista, he llegado a casa pensando en ti, en el duendecillo y en Pablo Iglesias Turrión y me he dejado caer en el sofá derrotada.

¿Le escribo una de esas cartas que no se entregan para desahogarme?

¿Y si le escribo a él de verdad? No, mejor no. Eso sí que no tendría ningún sentido, ni lógica, ni objetivo.

¿Y qué hago para desahogarme?

Me recuesto, respiro hondo y miro al piano con el rabillo del ojo. Me vuelvo a vetar. Quizás hay cosas que es mejor no desahogar. No cuando tienes demasiadas obligaciones que cumplir. No cuando no puedes permitirte sentir que el sitio al que perteneces es la cama.

Quizás mañana. Quizás otro día. Quizás nunca.

Y así es cómo después de tantos meses, otra vez, me concedí más 15 minutos seguidos para pensar en ti. Hasta la próxima.